sábado, 24 de abril de 2021

Tras los pasos de los sabios - Jacq Christian

 


El Egipto faraónico fue el país de los sabios. Durante más de tres milenios, su principal preocupación fue la búsqueda de una realización espiritual gracias a la puesta en práctica de la sabiduría, encarnada en una diosa, Maat.

Maat es la rectitud, la derechura, la verdad, la precisión y la justicia, la regla inmutable del universo, la coherencia, la solidaridad. Se opone radicalmente a Isefet, el caos, el desorden, la dejadez, el mal en todas sus formas.

Los sabios de Egipto redactaron unas «enseñanzas» para abrir el espíritu, ensanchar el corazón, convertirlo en receptáculo de Maat, simbolizada al mismo tiempo por la pluma timonera que permite al pájaro dirigir su vuelo, por el zócalo sobre el que están las estatuas a las que los ritos dan vida y por el gobernalle que hace al justo capaz de cruzar felizmente el río de la existencia para abordar la ribera de la eternidad.

El término sebayt, «enseñanza», se forma a partir de la raíz seba, cuyos otros significados son «la puerta» y «la estrella». Pues bien, esos textos son efectivamente puertas que dan al conocimiento de los elementos fundamentales de la sabiduría, así como estrellas destinadas a guiarnos por el camino dé la vida.

Vencer la ignorancia es esencial. Nadie nace sabio y es preciso realizar serios esfuerzos para desarrollar las cualidades que te hacen apto para «decir y hacer Maat» sin caer en las trampas mortales de la vanidad y la avidez. Cada día, las orejas, «las vivas», deben mantenerse a la escucha de las palabras de sabiduría; si el entendimiento es bueno, la rectitud será real. De este entendimiento nace el acto justo, de conformidad con Maat. Un acto desprovisto de egoísmo, un acto útil y luminoso para los demás, a condición de que se respete una regla de oro: actuar para el que actúa.

«El que conoce la realidad, los mitos y los rituales»: así se presenta el sabio Egipto de corazón vigilante, de lengua capaz de decidir, de palabra eficaz, capaz de satisfacer. Dios y los dioses, porque su entera existencia descansa en el conocimiento y no en la creencia. Adepto de la tranquilidad y el silencio, se aleja del agitado, del charlatán y del envidioso. Realizar lo que es recto, buscar en todo la excelencia, no rehuir nunca las responsabilidades, venerar lo que es más grande que uno mismo son algunos de los deberes cotidianos del sabio.

Puesto que la civilización egipcia supo crear seres de este temple, venció al tiempo, a la barbarie, a los invasores y a la locura destructora. Pese a los golpes que se le propinaron, esta sabiduría sigue irradiando, conmoviéndonos. Y ella es, sin duda, la que constituye el verdadero secreto de los antiguos egipcios.

¿Qué se sabe de los sabios, los autores de esas Enseñanzas? Entre ellos hay faraones, como Amenemhat I, que escribió un testamento espiritual para su sucesor Sesostris I con el fin de comunicarle su experiencia y darle consejos referentes al arte de gobernar con sabiduría. Antes, otro rey había actuado del mismo modo con el futuro faraón Merikara. Es probable que muchos soberanos redactaran ese tipo de textos, pero sus obras se han perdido. Algunas tal vez dormiten aún en la arena.

Hor-Yedefre, hijo del faraón Keops, el célebre constructor de la gran pirámide de Gizeh, nos legó una Enseñanza que le valió la reputación de sabio, condición indispensable para convertirse en uno de los consejeros del monarca. Los visires, a quienes el faraón encargaba que hicieran vivir a Maat en la tierra y la colocaran en el centro de las relaciones sociales, fueron también autores de Enseñanzas, como Ptah-Hotep, cuyas palabras fueron preservadas milagrosamente en un solo papiro. A la edad de ciento diez años, tradicionalmente atribuida a los sabios, este visir de la VI dinastía consideró oportuno plasmar por escrito su experiencia y transmitirla a las generaciones futuras. Y a Kagemni, visir de los faraones Huni y Snefru, fundador de la IV dinastía, se destinó la primera Enseñanza conocida, de la que sólo el comienzo ha escapado de la destrucción. Es probable que Imhotep, el genial constructor de la pirámide escalonada de Saqqara, escribiera algunos preceptos que están por descubrir, al igual que su tumba.

Otros sabios, como Ipu Ur, son profetas: predicen las catástrofes que se producirán si deja de respetarse la regla de Maat. En el caos y la desgracia, una sola solución para volver a la armonía: buscar la sabiduría y ponerla en práctica.

En el Imperio Nuevo, época del esplendor de Karnak y de la creación del Valle de los Reyes, dos figuras de sabio sobresalen en nuestra documentación: la de Any, un funcionario de rango medio que redactó una Enseñanza para su hijo espiritual, y la de Amenemope, escriba de Thot que velaba por el catastro, los pesos y las medidas. Sus obras conocieron una gran difusión, como la de Ptah-Hotep, y algunos pasajes del libro de los Proverbios, de la Biblia, se inspiran en Amenemope.

No existen anécdotas que se refieran a los sabios y es preciso aguardar los últimos fulgores de la civilización egipcia, y las Enseñanzas de Anjsesongy, para saber que éste redactó su obra en la cárcel. El sabio había descubierto una conspiración contra el rey pero no había informado de ello porque su mejor amigo estaba implicado. Nada nos garantiza, sin embargo, que no se trate de una edificante leyenda: incluso encarcelado, el sabio sólo debe pensar en transmitir su enseñanza.

En este florilegio no nos hemos limitado sólo a las Enseñanzas, pues los Textos de las pirámides, los Textos de los sarcófagos, el Libro de salir a la luz, los textos grabados en los muros de los templos y en las estelas, relatos como el Cuento del hombre del oasis y demás documentos nos ofrecen máximas de gran riqueza. En este inmenso tesoro hemos optado por preferir los preceptos cuya traducción se ha establecido ya con un adecuado coeficiente de certeza. Debe saberse, en efecto, que estos textos suelen ser de gran dificultad y que muchos pasajes plantean aún problemas insolubles. Las excavaciones no deben limitarse sólo a los monumentos, y hermosos descubrimientos esperan a los investigadores que exploren las múltiples formas de la literatura egipcia.

Este libro se presenta como una andadura por los paisajes del pensamiento egipcio y demuestra, si era necesario, que la gran voz de los sabios del antiguo Egipto no se ha extinguido. Con sorprendente vigor, sigue hablándonos y respondiendo muchos interrogantes fundamentales. ¿Acaso no se nos hace directamente la pregunta: hay algo más urgente y más esencial que buscar la sabiduría?

 


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