El Egipto
faraónico fue el país de los sabios. Durante más de tres milenios, su principal
preocupación fue la búsqueda de una realización espiritual gracias a la puesta
en práctica de la sabiduría, encarnada en una diosa, Maat.
Maat es la
rectitud, la derechura, la verdad, la precisión y la justicia, la regla
inmutable del universo, la coherencia, la solidaridad. Se opone radicalmente a Isefet, el caos, el desorden, la
dejadez, el mal en todas sus formas.
Los sabios
de Egipto redactaron unas «enseñanzas» para abrir el espíritu, ensanchar el
corazón, convertirlo en receptáculo de Maat, simbolizada al mismo tiempo por la
pluma timonera que permite al pájaro dirigir su vuelo, por el zócalo sobre el
que están las estatuas a las que los ritos dan vida y por el gobernalle que
hace al justo capaz de cruzar felizmente el río de la existencia para abordar
la ribera de la eternidad.
El término sebayt, «enseñanza», se forma a partir
de la raíz seba, cuyos otros
significados son «la puerta» y «la estrella». Pues bien, esos textos son
efectivamente puertas que dan al conocimiento de los elementos fundamentales de
la sabiduría, así como estrellas destinadas a guiarnos por el camino dé la
vida.
Vencer la
ignorancia es esencial. Nadie nace sabio y es preciso realizar serios esfuerzos
para desarrollar las cualidades que te hacen apto para «decir y hacer Maat» sin
caer en las trampas mortales de la vanidad y la avidez. Cada día, las orejas,
«las vivas», deben mantenerse a la escucha de las palabras de sabiduría; si el
entendimiento es bueno, la rectitud será real. De este entendimiento nace el
acto justo, de conformidad con Maat. Un acto desprovisto de egoísmo, un acto
útil y luminoso para los demás, a condición de que se respete una regla de oro:
actuar para el que actúa.
«El que
conoce la realidad, los mitos y los rituales»: así se presenta el sabio Egipto
de corazón vigilante, de lengua capaz de decidir, de palabra eficaz, capaz de
satisfacer. Dios y los dioses, porque su entera existencia descansa en el
conocimiento y no en la creencia. Adepto de la tranquilidad y el silencio, se
aleja del agitado, del charlatán y del envidioso. Realizar lo que es recto,
buscar en todo la excelencia, no rehuir nunca las responsabilidades, venerar lo
que es más grande que uno mismo son algunos de los deberes cotidianos del
sabio.
Puesto que
la civilización egipcia supo crear seres de este temple, venció al tiempo, a la
barbarie, a los invasores y a la locura destructora. Pese a los golpes que se
le propinaron, esta sabiduría sigue irradiando, conmoviéndonos. Y ella es, sin
duda, la que constituye el verdadero secreto de los antiguos egipcios.
¿Qué se sabe
de los sabios, los autores de esas Enseñanzas?
Entre ellos hay faraones, como Amenemhat I, que escribió un testamento
espiritual para su sucesor Sesostris I con el fin de comunicarle su experiencia
y darle consejos referentes al arte de gobernar con sabiduría. Antes, otro rey
había actuado del mismo modo con el futuro faraón Merikara. Es probable que
muchos soberanos redactaran ese tipo de textos, pero sus obras se han perdido.
Algunas tal vez dormiten aún en la arena.
Hor-Yedefre,
hijo del faraón Keops, el célebre constructor de la gran pirámide de Gizeh, nos
legó una Enseñanza que le valió la
reputación de sabio, condición indispensable para convertirse en uno de los
consejeros del monarca. Los visires, a quienes el faraón encargaba que hicieran
vivir a Maat en la tierra y la colocaran en el centro de las relaciones sociales,
fueron también autores de Enseñanzas,
como Ptah-Hotep, cuyas palabras fueron preservadas milagrosamente en un solo
papiro. A la edad de ciento diez años, tradicionalmente atribuida a los sabios,
este visir de la VI dinastía consideró oportuno plasmar por escrito su
experiencia y transmitirla a las generaciones futuras. Y a Kagemni, visir de
los faraones Huni y Snefru, fundador de la IV dinastía, se destinó la primera Enseñanza conocida, de la que sólo el
comienzo ha escapado de la destrucción. Es probable que Imhotep, el genial
constructor de la pirámide escalonada de Saqqara, escribiera algunos preceptos
que están por descubrir, al igual que su tumba.
Otros
sabios, como Ipu Ur, son profetas: predicen las catástrofes que se producirán
si deja de respetarse la regla de Maat. En el caos y la desgracia, una sola
solución para volver a la armonía: buscar la sabiduría y ponerla en práctica.
En el
Imperio Nuevo, época del esplendor de Karnak y de la creación del Valle de los
Reyes, dos figuras de sabio sobresalen en nuestra documentación: la de Any, un
funcionario de rango medio que redactó una Enseñanza
para su hijo espiritual, y la de Amenemope, escriba de Thot que velaba por el
catastro, los pesos y las medidas. Sus obras conocieron una gran difusión, como
la de Ptah-Hotep, y algunos pasajes del libro de los Proverbios, de la Biblia,
se inspiran en Amenemope.
No existen
anécdotas que se refieran a los sabios y es preciso aguardar los últimos
fulgores de la civilización egipcia, y las Enseñanzas
de Anjsesongy, para saber que éste redactó su obra en la cárcel. El sabio
había descubierto una conspiración contra el rey pero no había informado de
ello porque su mejor amigo estaba implicado. Nada nos garantiza, sin embargo,
que no se trate de una edificante leyenda: incluso encarcelado, el sabio sólo
debe pensar en transmitir su enseñanza.
En este
florilegio no nos hemos limitado sólo a las Enseñanzas,
pues los Textos de las pirámides, los
Textos de los sarcófagos, el Libro de salir a la luz, los textos
grabados en los muros de los templos y en las estelas, relatos como el Cuento del hombre del oasis y demás
documentos nos ofrecen máximas de gran riqueza. En este inmenso tesoro hemos
optado por preferir los preceptos cuya traducción se ha establecido ya con un
adecuado coeficiente de certeza. Debe saberse, en efecto, que estos textos
suelen ser de gran dificultad y que muchos pasajes plantean aún problemas
insolubles. Las excavaciones no deben limitarse sólo a los monumentos, y
hermosos descubrimientos esperan a los investigadores que exploren las
múltiples formas de la literatura egipcia.
Este libro
se presenta como una andadura por los paisajes del pensamiento egipcio y
demuestra, si era necesario, que la gran voz de los sabios del antiguo Egipto
no se ha extinguido. Con sorprendente vigor, sigue hablándonos y respondiendo
muchos interrogantes fundamentales. ¿Acaso no se nos hace directamente la
pregunta: hay algo más urgente y más esencial que buscar la sabiduría?
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