Todo buscador de la Luz se arriesga a sí
mismo y sabe: que toda lámpara emite su Luz desde el centro hacia las
periferias: la portará en su mano derecha, no para iluminarse a sí mismo sino
para iluminar a los rezagados, cansados peregrinos que van tras de sí; que su
bastón en su mano izquierda no es para sostenerse a sí mismo sino que sirve de
punto de apoyo para que pueda cargar sobre sus hombros el peso de quienes
aún no han aprendido a subir, que su espada cabe el muslo no está para
defenderse a sí mismo, sino para apartar las tinieblas que intentan embriagar a
los demás, que guardará siempre en su mochila sal, pan, vinagre y vino: son las
recompensas que ha obtenido por su duro trabajo y que deberá repartir
equitativa y sabiamente entre quienes todavía no han comido ni bebido de la
sabiduría, que se cubrirá con una manta cuando comience a escalar las más altas
cumbres y que deberá abandonarla a mitad del más arduo ascenso, que es custodio
de una sola moneda de oro guardada en el bolsillo izquierdo de su camisa y
deberá presentarla al final del camino, que al golpear la puertas del Templo,
no le serán abiertas de par en par y de inmediato, deberá esperar una esquela
con la Palabra Perdida, cuando aprenda a pronunciarla en la justa nota y en el
perfecto sonido, solas, se abrirán las puertas y será bienvenido. Así es la
vida de quien ha abierto los ojos a la Luz de la espiritualidad y los ha
cerrado al mundo profano, sin quedarse dormido.
Violeta Paula y Ana Lis Cappella
Violeta Paula y Ana Lis Cappella
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