miércoles, 11 de abril de 2018

El buscador de la Luz



Todo buscador de la Luz se arriesga a sí mismo y sabe: que toda lámpara emite su Luz desde el centro hacia las periferias: la portará en su mano derecha, no para iluminarse a sí mismo sino para iluminar a los rezagados, cansados peregrinos que van tras de sí; que su bastón en su mano izquierda no es para sostenerse a sí mismo sino que sirve de punto de apoyo para que pueda cargar sobre sus hombros el peso de quienes aún no han aprendido a subir, que su espada cabe el muslo no está para defenderse a sí mismo, sino para apartar las tinieblas que intentan embriagar a los demás, que guardará siempre en su mochila sal, pan, vinagre y vino: son las recompensas que ha obtenido por su duro trabajo y que deberá repartir equitativa y sabiamente entre quienes todavía no han comido ni bebido de la sabiduría, que se cubrirá con una manta cuando comience a escalar las más altas cumbres y que deberá abandonarla a mitad del más arduo ascenso, que es custodio de una sola moneda de oro guardada en el bolsillo izquierdo de su camisa y deberá presentarla al final del camino, que al golpear la puertas del Templo, no le serán abiertas de par en par y de inmediato, deberá esperar una esquela con la Palabra Perdida, cuando aprenda a pronunciarla en la justa nota y en el perfecto sonido, solas, se abrirán las puertas y será bienvenido. Así es la vida de quien ha abierto los ojos a la Luz de la espiritualidad y los ha cerrado al mundo profano, sin quedarse dormido.

Violeta Paula  y Ana Lis Cappella



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