Por Violeta Paula Cappella
Cuando las aguas se congelan, la
superficie de los lagos se cristaliza y emite sonidos que parecen ser ballenas
que llaman a sus hermanas que están a miles de kilómetros de distancia.
Los hielos de la superficie comienzan
a quebrarse dejando estrías, dibujos, geometrías sagradas que nuestros
antepasados, ancianos conocedores de los misterios de las superficies heladas,
entendían y hablaban de ellos en voz baja.
Contaban los ancianos, que las
estrías del lago congelado era un mapa de su próxima vida en primavera y
verano, si habría abundancia de peces, si vendrían cisnes, patos u otras aves a
nadar sobre las aguas frescas de la mañana.
Las estrías del hielo son como
las líneas de la mano, quien sepa leerlas, sabrá cómo será esa vida y el lago
también es una vida que contiene miles de vidas en sí.
Los ancianos observaban esas
líneas subidos a alguna altura cercana, que podía ser un mirador o un montículo
de tierra.
Cuando las líneas del hielo
comienzan a formarse, el quiebre produce silbidos, aullidos, rugidos, bramidos,
imitan a los animales porque todos viven del y en el lago.
Los ancianos que entendían el
idioma del lago, contaban que llamaba y le hablaba a cada animal y seguramente
lo sigue haciendo, en cada invierno, en cada otoño y tal vez aún hoy, algún anciano
sepa todavía ver y escuchar sus misterios, su canto y paisaje, su dulzura
helada y su rigidez surcada de palabras mágicas, presagios de un año de vida en
su larga vida, casi eterna de aguas de cielo, espejo del paisaje agreste,
hostil y amigo de las vidas que nacen y crecen a su alrededor.