Por
Sandy Petersen
En muchos templos de diferentes religiones
e instituciones espirituales, nos encontramos con el símbolo del piso
cuadriculado en mosaicos blancos y negros.
Es un emblema muy antiguo que siempre se
utilizó para representar todo tipo de dualidades que vive el ser humano a lo
largo de sus encarnaciones.
Pero más allá de las dualidades separadas y
reconocidas, el piso cuadriculado es también un símbolo de unidad en el que se
conjugan los conocimientos de estas duplicidades para luego encontrar la fina línea
que los acerca, esto significa que a saber, que no existe el uno sin el otro y
que los pares, deben ser estudiados para poder luego fundir uno en el otro.
Esto significa, que del 2, nace nuevamente el 1, que a su vez es el 3.
La disposición de los mosaicos varía según
el lugar donde se encuentren; en muchas iglesias, nos encontramos con la
disposición en forma de rombo, lo cual indica, que frente al altar se funden
los aspectos femenino-masculino del ser humano, para encontrar el divino andrógino,
en otras, la sucesión es de cuadrados y simboliza el conocimiento racional-espiritual
que deriva en el comprensión de Adi o la morada de mónada.
La majestuosidad sin igual de este
entramado de mosaicos, ha llevado a albañiles y arquitectos a recrearlo también
en ámbitos profanos, por sobre todo cuando se trata de espacios grandes, como
salas de estar, jardines internos y hasta incluso lugares tan lejanos de lo místico
como un baño.
Esta “moda” de pisos cuadriculados, es
indudablemente un rasgo característico de la filiación del arquitecto o albañil
que, con el consentimiento del dueño de casa, deciden dejar su impronta, su
particular “marca” de reconocimiento.
Entonces, y al estar frente a un piso
cuadriculado, tendremos frente a nuestros ojos un verdadero libro abierto que
nos revelará sus misterios, en tanto nuestra mente decida a su vez abrirse,
dejando de lado toda clase de prejuicios, que no son más que elucubraciones
producto de la ignorancia.