Por Jorge Vrech
Cuando tomé la ciudadanía
leonlandesa, hace de esto ya más de dos años, me sentí muy bienvenido a un raro
proyecto que incluía, todo un proyecto de vida. Un delante y un detrás muy
tentador porque jamás había pensado en que muchas de mis costumbres serían reemplazadas
por otras más saludables, tanto para mi alma como para mi mente.
Ser leonlandés es tan sencillo
como difícil. Si uno tiene un vicio, como lo es el fumar, hay que dejarlo, no
se puede ser leonlandés y contaminar el aire y eso hice y hoy estoy en
condiciones de asegurar que me siento físicamente mucho mejor porque el tabaco
en la desmesura del cigarrillo es tóxico a más no poder.
Mis pulmones se llenan de aire
y estoy feliz.
Otro tema atractivo, es que los
leonlandeses nunca dejamos de estudiar, pero tampoco de jugar. Hay tiempo para
todo porque hay disciplina y encanto en lo que se hace y todo se hace con
gusto. Mi anterior trabajo en los Tribunales Federales era tedioso, extenuante
y de un encierro que la pandemia del COVID-19 no es nada a la par de estar
horas y horas en una oficina con papeleo interminable. The Intelektor Kat, así
es como quiere ser llamado mi amigo y colega, me ofreció un día que me vio
totalmente desganado, trabajar en su estudio jurídico y acepté de inmediato:
buen sueldo y contrato sin fecha de vencimiento. Fue en ese contexto, donde
conocí el tema "Leonlandia" y estallé de risa cuando me lo comentó,
después que yo le preguntase por unos stickers que vi pegados en el vidrio de
uno de los ventanales. The Intelektor Kat me miró serio, se rió junto conmigo y
pasó a enumerar algunas "tradiciones" leonlandesas; en ese momento,
me di cuenta que la cosa iba en serio y era seria.
Un aspecto que no dejó de serme
muy atractivo, fue el tema de la demanda espiritual que implica ser leonlandés.
Si bien nadie te impone nada, todo se va dando de manera espontánea y uno
termina aceptando algún consejo, una invitación a degustar delicias que cocina
la “Oma Frida” o a una de las catas que fueron tan habituales en 2019. La
espiritualidad leonladesa tiene su ritmo astrológico, solar, lunar, cristiano, masónico,
teosófico, teológico, asatru, odinista y un millón de aspectos más que hacen a
un conocimiento interesantísimo donde se entremezclan los saberes, se articulan
y recrean de una manera excelente porque tras el símbolo, la palabra, el signo,
le mántram está presente siempre el ánimo de hacer el bien, de difundir la paz
como premisa para un mundo mejor y considerar que todo ser humano tiene la
posibilidad de salir de las sombras y empezar a acostumbrarse al brillo inefable
de la luz interior. Lo mejor de todo, es que no existe una exigencia de
encuentros obligatorios, cada uno y en la tranquilidad del lugar donde está, se
une en pensamiento y alma a una red infinita de hilos de luz que se entrelazan
para cultivar el bien común y liberar al planeta de miasmas y podredumbres
mentales.
Una de
las tradiciones que más me atrajeron, fue comenzar a estudiar nuevamente, pero
ahora sin el apuro de la juventud tierna y audaz, sino con el conocimiento de que
hago algo por placer, por gusto, con ganas y eso se llama “Psicología”.
Soy feliz
siendo leonlandés, es una mini-nacionalidad que te aleja del trajín cotidiano y
te impregna de fiel alegría porque sabés que allí hay alguien que está a tu
lado para levantarte el ánimo, para cambiarte la vida y darte una grata
sorpresa todos los días con una llamada o en el estudio jurídico, con la taza
de té con leche y los pancitos de anís.